La sexualización del cuerpo femenino en el entorno fitness ha transformado un espacio que debería estar ligado a salud, constancia y rendimiento físico, para ser transformado en un escaparate. Hoy se valora más el cuerpo que se muestra que el trabajo que hay detrás. La exposición en redes ha convertido a muchas deportistas en figuras que deben “venderse” visualmente para mantenerse relevantes. No importa cuánto se entrene, sino cuánto se enseñe. La mirada externa condiciona incluso la forma de entrenar, con una presión creciente hacia estéticas cada vez más sexuales, incluso en cuentas que se presentan como “educativas”. Como señalan Fredrickson y Roberts (1997), este fenómeno se conoce como objetivación sexual, un proceso mediante el cual el cuerpo femenino se reduce a su valor visual, generando una autovigilancia constante, desconexión corporal y malestar persistente.
Publicidad, algoritmos y construcción del deseo
Las redes sociales no son espacios neutrales. Funcionan como plataformas cuyo algoritmo prioriza los contenidos con mayor capacidad de retención visual y viralidad. Y en el contexto del fitness femenino, ese contenido es con frecuencia el que presenta cuerpos sexualizados. Se trata de una economía de atención donde el cuerpo femenino se convierte en mercancía digital. El “like” no responde al progreso técnico, al gesto deportivo o al esfuerzo real, sino a la capacidad de atraer deseo visual.
Esto genera un sesgo perverso: muchas mujeres que crean contenido desde la salud, la fuerza o la técnica quedan invisibilizadas frente a quienes proyectan imágenes hipersexualizadas, incluso sin aportar valor educativo. Lo que se premia no es el contenido sino el cuerpo. Como expone Duffy (2017), esta dinámica construye una “economía del deseo” donde el físico se convierte en capital: cuanto más erótico el envoltorio, más difusión obtiene. Así, se reconfigura el objetivo del entrenamiento: de ser mejor, a verse mejor… y no de cualquier manera, sino dentro de los márgenes de lo deseado digitalmente.
El impacto es doble: a nivel individual, muchas entrenadoras sienten la presión de modificar su imagen para no desaparecer del algoritmo. A nivel colectivo, se redefine lo que es “entrenar bien” a partir de lo que genera visualmente más interacción, no de lo que potencia salud, fuerza o rendimiento. Esta distorsión de valores afecta a generaciones enteras de mujeres que asocian el entrenamiento con una forma de ser deseadas, no con una forma de empoderarse físicamente.
Falso empoderamiento: exhibición bajo el disfraz del control
Una de las formas más sofisticadas de objetivación en la era digital es su transformación en “elección personal”. Mostrar el cuerpo, exhibirse, posar o erotizarse se justifica bajo la idea del empoderamiento, cuando en realidad muchas veces se trata de una adaptación al deseo ajeno disfrazada de decisión autónoma. Pero elegir dentro de un sistema que solo valida ciertas formas de mostrarse no siempre es libertad; es supervivencia estética.
El problema radica en que ese aparente poder está condicionado por la aprobación externa. Muchos de los “likes” que sostienen esas imágenes provienen de hombres que consumen el cuerpo femenino como objeto de deseo, incluso estando en relaciones comprometidas o en pareja y que las mujeres tenemos que aguantar. Estudios recientes como el de Wright et al. (2021) califican este tipo de conductas como microinfidelidades digitales: interacciones aparentemente triviales pero que erosionan la intimidad emocional en las relaciones reales y se cargan la relación o la erosionan.
Además, cuando una mujer cree que su valía depende de lo que provoca en el otro, se alimenta un modelo de autoestima extrínseca que puede derivar en ansiedad, dependencia de validación y pérdida del sentido de agencia. Como ha señalado Gill (2008), el supuesto empoderamiento puede convertirse en una forma de autoexplotación emocional, donde se trabaja el cuerpo no por deseo propio, sino por su rentabilidad estética en redes.
Pérdida de identidad: de cuerpo sentido a cuerpo exhibido
El entrenamiento debería reforzar el vínculo interno con el cuerpo: cómo se siente, cómo se mueve, cómo responde al esfuerzo. Sin embargo, cuando el foco se desplaza hacia cómo se ve y cómo se proyecta, ese vínculo se debilita. Muchas mujeres dejan de entrenar para sí mismas y comienzan a entrenar para la cámara, el ángulo o la pose. Se rompe así la conexión somática, y en su lugar aparece una corporalidad performativa, dirigida hacia el espectador.
Este proceso genera una alienación corporal, donde el cuerpo ya no se experimenta desde dentro, sino que se observa desde fuera, bajo una mirada crítica permanente. Como explican Tylka y Wood-Barcalow (2015), esta desconexión puede desencadenar insatisfacción crónica, dismorfia corporal e incluso trastornos de la conducta alimentaria. No se trata solo de querer cambiar el cuerpo, sino de no poder habitarlo en paz si no cumple con las expectativas visuales impuestas.
En muchas mujeres, esto produce una fractura: se pierde la noción de cuerpo como instrumento de potencia y se adopta la idea de cuerpo como vitrina. El fitness ya no es experiencia, sino exhibición; no es proceso, sino estética final.
Que no se alcance no implica falta de esfuerzo
El cuerpo femenino ha sido sometido históricamente a estándares imposibles, y en el entorno fitness actual, esos estándares se han vuelto aún más exigentes. Mujeres con genética favorable, años de entrenamiento constante y adherencia impecable sienten que no alcanzan la estética “aspirable” que circula en redes. No porque no se esfuercen, sino porque están compitiendo contra cuerpos intervenidos por dopaje, cirugía y mucha edición digital.
La comparación constante con físicos imposibles genera frustración, inseguridad y una percepción distorsionada de lo que es alcanzable de forma natural. Como indican Santos et al. (2023), el fenómeno de la “invisibilidad del dopaje” en redes sociales ha generado una nueva forma de violencia simbólica: se vende como “natural” lo que en realidad es el resultado de intervenciones farmacológicas encubiertas. Esta mentira colectiva desvaloriza el trabajo real y perpetúa una narrativa inalcanzable para la mayoría de mujeres.
Y lo más alarmante es que muchas de esas figuras no solo lo esconden, sino que lo camuflan con frases motivacionales sobre sacrificio, disciplina o autocuidado. Se apropian de un discurso ético para sostener una imagen estética artificial. Esto no solo es deshonesto, es profundamente destructivo para quienes se esfuerzan cada día en sus entrenamientos creyendo que lo mostrado es real.
El cuerpo como estrategia de marketing
En el entorno digital actual, el cuerpo femenino ya no es solo una herramienta de expresión o salud, es una estrategia de venta. Influencers, competidoras e incluso marcas utilizan la imagen corporal como reclamo comercial. Detrás de muchas “transformaciones” o “evoluciones” se esconde intervención farmacológica, cirugía estética o mucho retoque fotográfico. Sin embargo, estas modificaciones se presentan como fruto del entrenamiento, creando un modelo aspiracional profundamente distorsionado.
Instagram se ha convertido en un escaparate global donde cuerpos modificados se exportan como metas alcanzables, sin mención alguna a las intervenciones que los sustentan. Esta falta de transparencia vulnera la ética profesional, genera expectativas irreales y refuerza la lógica del consumo a través de la apariencia.
Se normaliza así el uso del cuerpo como herramienta de captación. No se vende un programa de entrenamiento: se vende un cuerpo. No se educa sobre salud: se seduce con curvas irreales. Y en ese proceso, el fitness pierde su dimensión educativa y se convierte en puro espectáculo.
Microtransformaciones con cirugía estética
El uso de cirugía estética en el entorno fitness ha dejado de ser una intervención puntual para convertirse en una herramienta de mantenimiento visual. Procedimientos como la lipoaspiración de rodillas, el marcaje abdominal o el lifting de glúteos se utilizan no para corregir defectos, sino para mantener una imagen “fitness” todo el año, incluso fuera de temporada competitiva.
Este tipo de microintervenciones no se comunican abiertamente, lo que genera una percepción errónea de lo que es fisiológicamente mantenible. Como apuntan Liakoni et al. (2020), estas prácticas generan riesgos no solo físicos, sino también psicológicos, ya que aumentan la autoexigencia y reducen la tolerancia al cambio corporal natural.
La consecuencia es una pérdida de humanidad en la imagen, los cuerpos dejan de parecer reales, y lo “normal” se redefine bajo el lente de la intervención permanente.
Filtros, edición y cuerpos que no existen
La edición digital ha alcanzado un nivel de sofisticación que ya no solo afecta a fotografías estáticas, sino también a vídeos en movimiento. Aplicaciones que afinan la cintura en tiempo real, suavizan la piel, alteran proporciones o proyectan luz artificial convierten cualquier imagen en una ficción visual. El problema no es el filtro como recurso técnico, sino la normalización de cuerpos que no existen.
Este fenómeno alimenta cánones de belleza imposibles y provoca un deterioro progresivo de la percepción corporal. Como demuestran Papageorgiou et al. (2022), el uso habitual de filtros genera una disminución en la satisfacción corporal, aumento de la comparación social y mayor probabilidad de dismorfia.
Y lo más alarmante es que muchas usuarias ni siquiera son conscientes del grado de modificación visual al que están expuestas. Se comparan con un estándar digital sin saber que ese cuerpo que admiran… nunca ha existido.
Alteraciones hormonales y la construcción del espectáculo erótico
En el caso de mujeres que utilizan andrógenos, el cambio no es solo físico. La testosterona y sus derivados generan aumentos en libido, impulsividad, agresividad e incluso alteraciones conductuales que pueden expresarse como mayor exhibicionismo, búsqueda de validación o erotización del contenido. Estos cambios se interpretan muchas veces como “confianza” o “empoderamiento”, cuando en realidad son efectos neuroquímicos inducidos.
La estética sexualizada no siempre surge de un deseo genuino de mostrarse, sino de una alteración hormonal que intensifica ciertas conductas. En muchos casos, se mezcla con disfunciones emocionales, falta de insight y una exposición digital que va más allá del control consciente.
Este componente raramente se aborda, pero es esencial para comprender la estética hipererótica de algunas competidoras. No es solo elección, es endocrinología.
Resistencia real desde lo natural
Frente a este panorama artificial, hay mujeres que eligen otra vía como es entrenar desde la conciencia, la salud y la autenticidad. Mujeres que no necesitan filtros ni modificar sus curvas. Mujeres que respetan los ritmos biológicos del cuerpo, que no se disfrazan para encajar, que no se desdibujan para ser validadas.
Estas mujeres construyen comunidad, educan, acompañan procesos, y aunque pasen desapercibidas frente al algoritmo, representan la resistencia más necesaria. La del cuerpo que entrena para ser fuerte, no para ser deseado. La del cuerpo que cambia, que se adapta, que es real.
Ellas son quienes sostienen el verdadero legado del fitness: el cuerpo como experiencia, no como espectáculo y el amor por cuidarse bajo el entrenamiento de fuerza.
Bibliografía:
- Duffy, B. E. (2017). (Título del estudio sobre redes y estética femenina). Journal Name.
- Fredrickson, B. L., & Roberts, T. A. (1997). Objectification theory: Toward understanding women’s lived experiences and mental health risks. Psychology of Women Quarterly, 21(2), 173–206.
- Gill, R. (2008). Empowerment/sexism: Figuring female sexual agency in contemporary advertising. Feminism & Psychology, 18(1), 35–60.
- Liakoni, E., et al. (2020). Uso de cirugía estética en el entorno fitness competitivo. Journal Name.
- Papageorgiou, A., et al. (2022). Impact of real-time video filters on body image and self-perception in young women. Journal Name.
- Santos, X., et al. (2023). Invisible doping and distorted perception in female fitness culture. Journal Name.
- Tylka, T. L., & Wood-Barcalow, N. L. (2015). What is and what is not positive body image? Conceptual foundations and construct definition. Body Image, 14, 118–129.
- Wright, P. K., et al. (2021). Digital micro-infidelities: Emotional implications in contemporary relationships. Journal Name.
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