La nutrición como base del desarrollo cerebral
El cerebro infantil es un órgano en pleno crecimiento, y su funcionamiento depende directamente de la calidad de los nutrientes que recibe (nos guste o no). Durante los primeros años de vida y antes incluso de la gestación, la alimentación no solo determina el crecimiento físico, sino también la maduración neurológica, la capacidad cognitiva y el equilibrio emocional.
Cada célula neuronal necesita grasas, proteínas, vitaminas y minerales específicos para comunicarse, repararse y generar nuevas conexiones. Por eso, cuando hablamos de niños con trastornos del espectro autista (TEA) u otras condiciones que afectan el desarrollo cerebral, la alimentación se convierte en una herramienta terapéutica clave.
Ya lo anticipaba Hipócrates hace más de dos mil años: “Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento.”
En la antigua Grecia, la nutrición se entendía como el fundamento del equilibrio entre cuerpo, mente y alma. Hoy, la neurociencia confirma lo que la sabiduría clásica intuía y sabemos que alimentarse bien es el primer acto de salud mental y cognitiva.
Grupos de niños que deben cuidar especialmente su alimentación
No solo los niños con autismo deben prestar atención a su dieta. Hay muchos grupos que, por su fisiología o vulnerabilidad neuronal, necesitan una alimentación de alta calidad:
- Niños con TEA o TDAH: por su alta sensibilidad sensorial, inflamación intestinal o alteraciones en neurotransmisores.
- Niños con discapacidades cognitivas o del desarrollo neurológico: su sistema nervioso requiere más estabilidad energética y menos inflamación.
- Niños con enfermedades metabólicas o endocrinas: como diabetes, hipotiroidismo o resistencia a la insulina.
- Niños con obesidad infantil: porque la inflamación sistémica y la resistencia a la insulina afectan también al cerebro y al aprendizaje.
- Niños con altas capacidades: que, a pesar de tener un potencial cognitivo elevado, necesitan mantener una nutrición rica en micronutrientes, omega-3 y antioxidantes para evitar el deterioro de funciones cognitivas superiores y regular la sobreexcitación neuronal.
Todos estos perfiles tienen un punto en común: su cerebro depende más que nunca de la calidad nutricional diaria.
El diagnóstico como punto de partida para el cambio
En muchas familias, el momento en que se detecta un diagnóstico, ya sea autismo, TDAH, alguna discapacidad del desarrollo, enfermedad metabólica o endocrina, marca un antes y un después.
Lo que inicialmente puede vivirse con preocupación o miedo, puede transformarse en una oportunidad para cuidar y cuidarse mejor, para aprender nociones básicas sobre alimentación, descanso y hábitos que beneficien no solo al niño, sino a toda la familia.
El cuerpo y el cerebro no funcionan de forma aislada: ambos responden al entorno que creamos. Cuando una madre o un padre empieza a comprender cómo influyen los alimentos en la conducta, la energía o el sueño del niño, aparece una nueva conciencia: alimentar bien no es una obligación, sino una forma de acompañar su desarrollo.
A menudo, ese cambio se extiende al resto del hogar: se mejora la compra, se cocina más natural, se reducen ultraprocesados y se comparte el mismo estilo de vida.
El diagnóstico, por tanto, no tiene por qué ser un límite, sino un detonante para reordenar prioridades y empezar a cuidar desde la base con la alimentación.
El cambio no empieza en la nevera, empieza en la conciencia.
El papel de las grasas saludables en el cerebro
Las grasas son el alimento del cerebro. Más del 60 % del tejido cerebral está formado por lípidos, y entre ellos destacan los ácidos grasos omega-3 (DHA y EPA), esenciales para la comunicación neuronal, la regulación emocional y la plasticidad sináptica (Bazinet & Layé, 2024).
Durante la infancia, el cerebro se encuentra en pleno desarrollo, formando nuevas conexiones y estructuras sinápticas a una velocidad extraordinaria, y ese proceso depende directamente del tipo de grasa que recibe.
Las grasas saludables, presentes en el pescado azul, los huevos camperos, el aguacate, los frutos secos o las semillas, son las que mantienen flexibles las membranas neuronales y facilitan la comunicación entre neuronas. Favorecen la síntesis de neurotransmisores, el aprendizaje y el equilibrio emocional (Wu et al., 2023).
Por el contrario, las grasas perjudiciales como los aceites refinados, las grasas trans, frituras o los productos ultraprocesado, alteran profundamente el entorno hormonal y cerebral. Estas grasas oxidadas producen inflamación sistémica y neuroinflamación, dañan las membranas neuronales y reducen la capacidad de transmisión sináptica (Hussain et al., 2022). Con el tiempo, esto puede traducirse en dificultades de atención, irritabilidad, menor rendimiento cognitivo y alteraciones emocionales, especialmente en niños con mayor vulnerabilidad neurológica.
Además, las grasas no son solo un macronutriente: son mensajeros hormonales. Participan en la producción de hormonas esteroideas, en la regulación del eje hipotalámico y en la señalización celular. Cuando predominan las grasas dañinas, se altera ese equilibrio endocrino y se distorsionan señales tan importantes como la insulina, la leptina o el cortisol, afectando al comportamiento, al sueño y a la capacidad de autorregulación.
En definitiva, el tipo de grasa que se consume puede potenciar o interferir directamente con el desarrollo cerebral del niño. No se trata de “evitar calorías o alimentos menos saludables”, sino de alimentar el cerebro con el tipo correcto de energía.
Microbiota intestinal y eje cerebro-intestino
El eje intestino-cerebro es hoy uno de los campos más estudiados. Se sabe que los niños con TEA o TDAH presentan con frecuencia desequilibrios en la microbiota intestinal, lo que puede influir en su comportamiento, concentración y regulación emocional (Li et al., 2024). Realmente este desequilibrio en la microbiota puede ser causado por la aversión a la comida y acabar dándole «cualquier cosa no saludable por tal de que coma» y no por el simple hecho de tener predisposición al desequilibrio.
Una alimentación basada en alimentos reales, frutas, verduras, legumbres, fibra prebiótica y fermentados naturales ayuda a restablecer la microbiota y mejorar la comunicación bidireccional entre intestino y cerebro.
Dietas restrictivas y desinformación: lo que realmente dice la ciencia
En los últimos años se ha extendido la creencia de que eliminar el gluten, la caseína o ciertos alimentos mejora los síntomas del autismo o el comportamiento infantil. Sin embargo, las revisiones sistemáticas más recientes no encuentran evidencia sólida que respalde estas dietas restrictivas (Sathe et al., 2021; Buie et al., 2023).
Algunos niños pueden presentar intolerancias o alergias individuales, pero no existen motivos científicos para retirar el gluten o los lácteos de manera generalizada.
Lo que sí mejora la función cognitiva y emocional es la calidad global de la dieta, la reducción de ultraprocesados, azúcares añadidos y aceites refinados, y el aumento de nutrientes neuroprotectores como el omega-3, el zinc, la colina, el magnesio o las vitaminas del grupo B.
Además, las dietas sin gluten o sin caseína mal planificadas pueden provocar déficits nutricionales graves en calcio, hierro, vitamina D o B12.
Selectividad, ansiedad alimentaria y autorregulación: un reto real en familias
Muchos niños dentro del espectro autista o con otras condiciones neurológicas presentan aversión a texturas, sabores o colores, lo que complica mantener una dieta variada.
Este rechazo no es un capricho, sino una respuesta sensorial alterada que puede generar ansiedad ante alimentos nuevos. En estos casos, el objetivo no es forzar, sino educar, adaptar y mejorar progresivamente la calidad de los alimentos aceptados, manteniendo un entorno tranquilo y respetuoso.
Pequeñas adaptaciones en la dieta, como usar aceite de oliva en crudo en lugar de fritos o transformar una receta que el niño acepta en una versión más saludable, pueden marcar una diferencia muy importante y real.
A medida que crecen, muchos niños y adolescentes con TEA desarrollan una relación ansiosa o de dependencia emocional con la comida, utilizándola como una vía de autorregulación sensorial o emocional. Los sabores intensos, las texturas crujientes o los alimentos hipercalóricos activan vías dopaminérgicas que alivian momentáneamente la sobrecarga sensorial, pero a largo plazo pueden reforzar patrones de ansiedad o comer compulsivo (Whiteley et al., 2023).
Por eso, enseñar buenos hábitos alimentarios desde edades tempranas asociando la comida con calma, bienestar y placer equilibrado, puede reducir el riesgo de que la alimentación se convierta en un mecanismo de descarga emocional. No se trata solo de qué comen, sino también de cómo aprenden a relacionarse con la comida y con su propio cuerpo.
El componente psicológico y conductual de la alimentación
La alimentación no solo nutre el cuerpo: también educa la mente.
En la infancia, especialmente en niños con TEA, TDAH u otras condiciones del neurodesarrollo, la forma en que se estructura el entorno alimentario influye directamente en su autorregulación emocional y conducta adaptativa.
El momento de comer puede convertirse en un espacio de calma, conexión y aprendizaje, o por el contrario, en una fuente de estrés y conflicto.
La rutina, la previsibilidad y el refuerzo positivo son herramientas esenciales. Anticipar horarios, mantener entornos sensorialmente tranquilos y evitar presiones o comparaciones facilita que el niño asocie la alimentación con seguridad y no con amenaza.
De igual forma, las conductas de rechazo o evitación deben comprenderse desde la neurobiología y no desde la obediencia: el niño no se porta mal, está respondiendo a una sobrecarga sensorial o emocional.
El acompañamiento psicológico y conductual es, por tanto, tan importante como la nutrición. Trabajar con profesionales especializados en neuropsicología o terapia ocupacional ayuda a desarrollar estrategias individualizadas que refuercen la relación del niño con la comida, su autonomía y su bienestar emocional.
Una alimentación saludable no se consigue solo cambiando los alimentos, sino también transformando la experiencia emocional que los rodea (Benítez-Burraco et al., 2024).
El papel de los padres y los límites familiares
La alimentación de un niño debe ser decisión y responsabilidad exclusiva de los padres, no del entorno externo.
Es frecuente que los abuelos u otros familiares, con la mejor intención, rompan rutinas alimentarias establecidas, ofreciendo dulces, fritos o alimentos que el niño no tolera bien y que pueden ser disparadores de rabietas, sobreexcitación, alteración del sueño… Porque estas acciones, aunque parezcan inofensivas, interfieren en la estabilidad digestiva, conductual y cognitiva del menor.
Por eso es fundamental que los padres establezcan límites claros, sean escuchados y respetados. No se trata de rigidez, sino de coherencia: el cerebro infantil necesita estabilidad, tanto emocional como nutricional.
A la vez, muchos padres desconocen los fundamentos básicos de nutrición, lo que lleva (sin mala intención) a ofrecer dietas pobres en nutrientes esenciales y ricas en ultraprocesados, lo cual puede agravar la irritabilidad, la falta de atención o el bajo rendimiento escolar.
Informarse, aprender y pedir orientación profesional no es una exigencia, es un acto de responsabilidad y amor hacia el niño.
Alimentación y potencial cognitivo: del TEA a las altas capacidades
El impacto de la alimentación en la función cerebral no se limita a los trastornos del desarrollo. También los niños con altas capacidades cognitivas necesitan un entorno metabólico equilibrado.
La sobreexcitabilidad neuronal, la demanda energética elevada y la necesidad de regulación emocional hacen que estos niños se beneficien enormemente de una alimentación rica en antioxidantes, omega-3, magnesio y triptófano, y baja en azúcares añadidos.
En todos los casos, desde el TEA hasta la sobredotación intelectual, el principio es el mismo: el cerebro solo puede rendir según la calidad del combustible que recibe.
Nutrición no es estética, es salud
La nutrición no pertenece al mercado de las dietas, ni a la presión estética, ni al culto al cuerpo.
Nutrición no es restricción, ni moda, ni apariencia: es fisiología, prevención y bienestar. Cuidar lo que comemos no es un acto de vanidad, sino una forma profunda de salud y respeto hacia el cuerpo y el cerebro.
Y cuando hablamos de niños, con o sin dificultades cognitivas, esa responsabilidad trasciende cualquier concepto cultural: alimentar bien es cuidar el desarrollo cerebral, emocional y humano.
Conclusión
La alimentación no cura, pero puede transformar la forma en que el cerebro funciona.
Cada decisión alimentaria influye en la atención, la conducta, el sueño, el estado de ánimo y el aprendizaje. Y si bien el entorno familiar, la genética y la educación también moldean el desarrollo, la nutrición es la base sobre la que todo se construye.
Los padres son quienes deben decidir, con información y coherencia, qué camino quieren seguir. Y los demás, familia, escuela o entorno social, deben respetar esas decisiones, porque cada niño, con sus particularidades, merece el derecho a una nutrición que cuide su cerebro, su cuerpo y su futuro.
Un post muy interesante es el de la creatina y cerebro, que también puede mejorar a niños con TEA.
Referencias
- Bazinet, R. P., & Layé, S. (2024). Polyunsaturated fatty acids and brain health across the lifespan. Progress in Lipid Research, 94, 102377.
- Benítez-Burraco, A., et al. (2024). Neurodevelopment, feeding behavior, and family environment: Integrative approaches to child nutrition. Frontiers in Behavioral Neuroscience, 18, 1502241.
- Buie, T. M., Winter, H. S., & Fuchs, G. J. (2023). Diet and autism spectrum disorder: Clinical evidence and recommendations. Journal of Pediatric Gastroenterology and Nutrition, 77(4), 543–552.
- Hussain, G., Schmitt, F., Loeffler, J. P., & Singh, A. (2022). Fatty acids and their impact on brain health in children: From inflammation to cognition. Neuroscience Letters, 783, 136743.
- Li, Y., Song, J., & Chen, Y. (2024). Gut microbiota and neurodevelopmental disorders: Mechanisms and therapeutic perspectives. Frontiers in Cellular Neuroscience, 18, 1448273.
- Sathe, N., Andrews, J. C., & McPheeters, M. L. (2021). Dietary interventions for autism spectrum disorder: An updated systematic review. Pediatrics, 148(1), e2020046029.
- Whiteley, P., Shattock, P., & Knivsberg, A. M. (2023). Eating behaviour, anxiety and sensory regulation in children and adolescents with autism spectrum disorders. Nutritional Neuroscience, 26(8), 1345–1356.
- Wu, P., Gao, Y., & Zhang, X. (2023). Omega-3 fatty acids and cognitive function in children: Evidence from randomized controlled trials. Nutrients, 15(2), 357.
- Hippocrates. (ca. 400 a.C.). Corpus Hippocraticum.
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