La dieta flexible no es un concepto nuevo, pero en la última década ha ganado protagonismo como estrategia nutricional sostenible, eficaz y con mayor capacidad de generar adherencia a largo plazo que las dietas rígidas o altamente restrictivas (Linardon et al., 2021). Su premisa fundamental es que no existen alimentos “prohibidos” en sentido estricto, sino que se prioriza un patrón alimentario basado en alimentos de alta densidad nutricional, dejando espacio moderado y planificado para otros de menor calidad, sin culpabilidad ni sentimiento de fracaso.
Cualquier cambio dietético implica una motivación inicial, ya sea por mejorar la salud, prevenir patologías, aumentar el rendimiento físico o alcanzar objetivos estéticos. Sin embargo, en el contexto femenino, esa motivación a menudo viene acompañada de presiones sociales, culturales y mediáticas que empujan hacia patrones de alimentación más extremos, lo que puede incrementar el riesgo de desórdenes alimentarios (Frau et al., 2022). La dieta flexible busca justamente romper este ciclo, ofreciendo un marco menos restrictivo, más adaptado a la vida real y compatible con el bienestar psicológico.
Por qué las dietas restrictivas fallan a largo plazo
Las dietas muy rígidas suelen provocar resultados rápidos, pero su adherencia disminuye con el tiempo debido a la fatiga psicológica, el descenso de la motivación, el impacto negativo en el estado de ánimo y la aparición de ansiedad y atracones (Williamson et al., 2023). En mujeres, además, la restricción severa y prolongada puede alterar la función menstrual, la densidad mineral ósea y la salud tiroidea debido a la baja disponibilidad energética (Mountjoy et al., 2018).
El efecto rebote no es un mito: la combinación de hambre fisiológica, adaptación metabólica y sensación de privación puede conducir a recuperar, e incluso superar el peso perdido. En este punto, muchas personas vuelven a empezar un ciclo de restricción/realimentación que deteriora no solo su metabolismo, sino también su relación con la comida.
Cómo funciona la dieta flexible
En la dieta flexible, al menos un 80% de la ingesta procede de alimentos nutritivos y mínimamente procesados (verduras, frutas, proteínas magras, legumbres, cereales integrales, grasas saludables), dejando alrededor de un 20% para alimentos menos recomendables desde el punto de vista nutricional, pero que forman parte de la vida social o de los gustos personales. Esto elimina la necesidad de “cheat meals” como evento especial, ya que no se vive la comida como un premio, sino como parte del plan.
La clave está en mantener la coherencia y la autorregulación: un postre ocasional o una comida fuera no comprometen el progreso si se integran dentro de un marco equilibrado. La evidencia sugiere que esta flexibilidad percibida mejora la satisfacción con la dieta, reduce la ansiedad alimentaria y previene los atracones, en comparación con enfoques rígidos (Smith et al., 2020).
Variedad y prevención de deficiencias
Uno de los errores más frecuentes incluso dentro de dietas flexibles es cerrarse a un grupo reducido de alimentos “seguros”. Esto puede aumentar el riesgo de carencias de micronutrientes, especialmente en mujeres con mayores necesidades de hierro, calcio y vitamina D (Gropper & Smith, 2023). La variedad no solo asegura una mejor cobertura de vitaminas y minerales, sino que también mejora la microbiota intestinal, lo que repercute en salud metabólica, inmunológica y hormonal.
Aplicación en mujeres: salud hormonal y composición corporal
La dieta flexible, bien estructurada, puede adaptarse a diferentes fases de la vida femenina:
- En edad fértil, ayuda a mantener un balance energético que preserve la función menstrual y la salud ósea.
- En deportistas, permite ajustar calorías y macronutrientes para optimizar rendimiento y recuperación, minimizando el riesgo de baja disponibilidad energética.
- En menopausia, facilita el control del peso y la composición corporal sin caer en la restricción excesiva, clave para conservar masa muscular y controlar la redistribución de grasa central.
Además, esta estrategia puede contribuir a reducir la internalización de ideales corporales poco realistas, fomentando una relación más saludable con la comida y el cuerpo (Schaumberg et al., 2016).
Dieta flexible vs. alimentación intuitiva
La alimentación intuitiva comparte con la dieta flexible la ausencia de prohibiciones estrictas, pero se basa más en la conexión con las señales internas de hambre y saciedad. Si bien es un enfoque muy válido para mejorar la relación con la comida, alcanzar objetivos estéticos o de pérdida de grasa únicamente con alimentación intuitiva puede ser complejo, ya que los mecanismos homeostáticos tienden a reducir el déficit calórico de manera inconsciente (Tylka & Kroon Van Diest, 2013).
El perfil ideal para el “intuitive eating” exitoso suele ser alguien con un peso estable, sin apego emocional a la comida, con hábitos saludables consolidados y sin objetivos que requieran manipulación precisa de calorías y macronutrientes. Para la mayoría de las mujeres con metas específicas, la combinación de planificación flexible y escucha corporal resulta más efectiva.
Conclusión
La dieta flexible no es una “barra libre” disfrazada de estrategia moderna, sino un enfoque estructurado que integra nutrición, disfrute y sostenibilidad. Para las mujeres, representa una alternativa viable que protege la salud hormonal, favorece la adherencia a largo plazo y reduce la presión psicológica asociada a las dietas estrictas. No se trata de comer perfecto, sino de comer de forma coherente, consciente y variada, ajustando el plan a las necesidades energéticas de cada momento vital.
Referencias
- Frau, I., Monacis, L., & de Palo, V. (2022). Body image and disordered eating behaviors in women: The role of sociocultural pressures and psychological factors. Eating and Weight Disorders – Studies on Anorexia, Bulimia and Obesity, 27(4), 1273–1283. https://doi.org/10.1007/s40519-022-01360-3
- Gropper, S. S., & Smith, J. L. (2023). Advanced Nutrition and Human Metabolism (8th ed.). Cengage Learning.
- Linardon, J., Tylka, T. L., & Fuller-Tyszkiewicz, M. (2021). Intuitive eating and its psychological correlates: A meta-analysis. International Journal of Eating Disorders, 54(6), 1073–1098. https://doi.org/10.1002/eat.23501
- Mountjoy, M., Sundgot-Borgen, J., Burke, L., et al. (2018). IOC consensus statement on relative energy deficiency in sport (RED-S): 2018 update. British Journal of Sports Medicine, 52(11), 687–697. https://doi.org/10.1136/bjsports-2018-099193
- Schaumberg, K., Anderson, D. A., Anderson, L. M., et al. (2016). Dietary restraint: What’s the harm? A review of the relationship between dietary restraint, weight trajectory, and the development of eating pathology. Clinical Psychology Review, 43, 89–102. https://doi.org/10.1016/j.cpr.2015.09.003
- Smith, K. E., Mason, T. B., Murray, S. B., et al. (2020). Flexible vs. rigid dietary control: Psychological and physiological outcomes. Appetite, 150, 104652. https://doi.org/10.1016/j.appet.2020.104652
- Tylka, T. L., & Kroon Van Diest, A. M. (2013). The intuitive eating scale–2: Item refinement and psychometric evaluation with college women and men. Journal of Counseling Psychology, 60(1), 137–153. https://doi.org/10.1037/a0030893
- Williamson, D. A., Anton, S. D., & Han, H. (2023). Behavioral and psychological factors in weight loss maintenance. Obesity Reviews, 24(2), e13529. https://doi.org/10.1111/obr.13529
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