La fisiología detrás del patrón ginoide femenino
La distribución de la grasa corporal en la mujer obedece a un patrón característico, conocido como patrón ginoide, en el que el tejido adiposo se acumula en caderas, glúteos y muslos. Esta localización es diferente al patrón androide del hombre, más concentrado en abdomen y tronco superior.
El entorno hormonal es responsable de esta diferencia, en especial los estrógenos, que estimulan la lipogénesis en el tejido adiposo subcutáneo periférico y reducen la lipólisis en la región central del cuerpo (Karastergiou et al., 2012). Este mecanismo tiene una base evolutiva: el tejido femoroglúteo actúa como un depósito metabólicamente seguro y estable, diseñado para almacenar energía durante la edad fértil y proteger la función reproductiva.
Este tipo de tejido graso no solo es menos propenso a la inflamación, sino que presenta adipocitos grandes pero con baja actividad lipolítica, menor densidad de receptores β-adrenérgicos y una menor liberación de ácidos grasos libres al torrente sanguíneo (Tchoukalova et al., 2010). Por eso, aunque visualmente pueda parecer una zona resistente a la pérdida de grasa, en realidad su comportamiento metabólico es protector frente a enfermedades como la diabetes tipo 2 o la enfermedad cardiovascular (Manolopoulos, Karpe & Frayn, 2010).
En otras palabras, que la mujer tenga más grasa en las piernas que en el torso es completamente natural y normal, ya que forma parte del dimorfismo sexual humano. No se trata de un signo de patología, sino de una consecuencia fisiológica de su perfil hormonal que nos hace diferentes.
Por qué no puede diagnosticarse lipedema solo por la proporción grasa entre tren inferior y torso
Tomar como criterio diagnóstico del lipedema la simple observación de que existe más grasa en las piernas que en el tronco es un error conceptual frecuente, ya que todas las mujeres presentamos una mayor proporción de tejido adiposo en el tren inferior. Si ese fuera el único criterio, prácticamente toda mujer tendría lipedema, lo cual no es cierto.
El diagnóstico del lipedema requiere la presencia de una serie de manifestaciones clínicas específicas, entre ellas:
- Dolor o hipersensibilidad en el tejido afectado. Duele al tocarlo o hacerle presión.
- Tendencia a hematomas espontáneos o con mínimos traumatismos. Siempre llevas hematomas que no sabes cómo te hiciste.
- Resistencia a la pérdida de grasa en la zona afectada, incluso bajo déficit calórico.
- Simetría bilateral y progresiva desproporción respecto al resto del cuerpo.
- Sensación de pesadez, inflamación o tensión, sobre todo al final del día.
- Preservación del dorso del pie, que ayuda a diferenciarlo del linfedema (Herpertz, 1997).
Estos signos son los que orientan el diagnóstico, no la morfología corporal en sí.
Diferencias metabólicas e histológicas entre el tejido adiposo sano y el lipedémico
A nivel microscópico y funcional, el tejido adiposo femoroglúteo de una mujer sana y el afectado por lipedema son radicalmente distintos.
En el tejido adiposo normal:
- Los adipocitos son grandes pero metabólicamente estables.
- Existe una baja actividad inflamatoria.
- La irrigación y el drenaje linfático son eficientes.
- La matriz extracelular mantiene su estructura sin fibrosis significativa.
En el lipedema, en cambio, se observa una disfunción progresiva del tejido:
- Los adipocitos presentan hipertrofia e hiperplasia anómala.
- Aumenta la permeabilidad capilar, lo que favorece el edema intersticial.
- Se produce infiltración de macrófagos M1, responsables de la inflamación crónica de bajo grado.
- Aparece fibrosis septal y perivascular, que confiere al tejido una textura irregular y dolorosa.
- Se detectan alteraciones linfáticas y una respuesta anómala al estímulo lipolítico, lo que explica la resistencia a la pérdida de volumen con dieta o ejercicio (Al-Ghadban et al., 2019).
A nivel molecular, el tejido lipedémico muestra una expresión alterada de genes relacionados con la inflamación, angiogénesis y metabolismo de lípidos (Szel et al., 2021). Esto provoca que el tejido sea metabólicamente más activo pero menos eficiente, generando inflamación local, rigidez y disfunción microvascular.
El tejido femoroglúteo: fisiología protectora frente a la patología
Resulta importante subrayar que el tejido adiposo de la parte inferior del cuerpo no es malo, sino todo lo contrario. Varios estudios han demostrado que una mayor proporción de grasa glúteo-femoral se asocia a una menor incidencia de enfermedades metabólicas, mientras que la grasa visceral se vincula a un riesgo mucho mayor (Snijder et al., 2004).
La grasa femoroglútea actúa como un sumidero metabólico seguro que capta ácidos grasos y los mantiene fuera de órganos sensibles como el hígado, el páncreas o el corazón. Por tanto, su presencia en mayor cantidad respecto al torso no puede considerarse signo de lipedema ni indicador de enfermedad, sino una expresión de salud y equilibrio hormonal.
El problema aparece cuando ese tejido pierde sus características fisiológicas, se vuelve inflamatorio, doloroso y resistente. Ahí es donde comienza el proceso patológico del lipedema.
Conclusión
El hecho de que una mujer tenga más grasa en piernas y glúteos que en el torso no es un signo de lipedema, sino una consecuencia natural de su fisiología estrogénica. Insisto con esto porque se oyen a médicos diagnosticar de lipedema insistiendo con que la distribución de grasa es mucho más alta que en el torso o que responde poco a dieta y ejercicio; ello lleva a plantearse a cualquier mujer la posibilidad de tener lipedema (lejos de la realidad).
El diagnóstico del lipedema debe basarse en criterios clínicos y funcionales, no en la simple distribución corporal. Comprender esta diferencia es esencial para evitar sobrediagnósticos y para reconocer que la grasa femoroglútea no es un enemigo estético, sino un componente saludable del metabolismo femenino.
Referencias
- Al-Ghadban, S., Diaz, Z. T., Singer, H. J., & Herbst, K. L. (2019). Histology of lipedema and lymphedema in women with lipedema. Plastic and Reconstructive Surgery Global Open, 7(5), e2219.
- Herpertz, U. (1997). Lipödem – aktuelle Aspekte einer oft verkannte Erkrankung. Phlebologie, 26(1), 13–18.
- Karastergiou, K., Smith, S. R., Greenberg, A. S., & Fried, S. K. (2012). Sex differences in human adipose tissues – the biology of pear shape. Biology of Sex Differences, 3(13), 1–12.
- Manolopoulos, K. N., Karpe, F., & Frayn, K. N. (2010). Gluteofemoral body fat as a determinant of metabolic health. International Journal of Obesity, 34(6), 949–959.
- Snijder, M. B., Dekker, J. M., Visser, M., Bouter, L. M., Stehouwer, C. D., Yudkin, J. S., Heine, R. J., Nijpels, G., & Seidell, J. C. (2004). Trunk fat and leg fat have independent and opposite associations with fasting and postload glucose levels. Diabetes Care, 27(2), 372–377.
- Szel, E., Kemény, L., Groma, G., & Szolnoky, G. (2021). Pathophysiological dilemmas of lipedema: A review of clinical and molecular data. Journal of the European Academy of Dermatology and Venereology, 35(7), 1475–1483.
- Tchoukalova, Y. D., Koutsari, C., & Jensen, M. D. (2010). Compositional differences between subcutaneous and visceral adipose tissue: role of adipocyte size, lipid content, and adipokines. American Journal of Physiology-Endocrinology and Metabolism, 299(6), E1163–E1171.
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