Dopamina y definición extrema: qué ocurre en el cerebro cuando el cuerpo entra en modo escasez
Cuando una persona entra en una definición extrema no solo cambia su cuerpo, también cambia la forma en la que el cerebro gestiona la motivación.
La dopamina es el neurotransmisor que nos permite tener ilusión, empuje, iniciativa. Cuando su señalización baja, todo se vive de forma más neutra o plana. En un déficit prolongado el organismo entra en una especie de modo ahorro. El cuerpo prioriza sobrevivir, no disfrutar; en ese contexto la dopamina deja de ser prioritaria y disminuye.
Por eso en definición muchas personas entrenan, cumplen, hacen todo bien… pero por dentro notan que nada termina de llenar igual, estás más en modo hacer que en modo disfrutar.
En mujeres, cuando además se alteran estrógenos y progesterona, la dopamina baja también en eficacia. La señal llega peor y la respuesta emocional se aplana.
El vacío post competición no es debilidad mental, es una consecuencia neuroquímica real tras meses de escasez.
Ahora bien, tener grasa corporal baja todo el año no implica necesariamente dopamina baja. Si hay energía suficiente, ciclo regular, descanso y buena recuperación, el sistema puede estar perfectamente equilibrado. La dopamina no cae por estar definida, cae por vivir en déficit, estrés y restricción constante.
La definición extrema tiene un coste que no siempre se ve en el espejo, pero sí se siente en la motivación, el ánimo y la forma de vivir el proceso.
Dopamina y definición extrema: qué ocurre en el cerebro cuando el cuerpo entra en modo escasez
En los procesos de adelgazamiento agresivo, especialmente dentro del mundo del culturismo, la atención suele centrarse casi por completo en el espejo, en el porcentaje graso, en el peso que baja y en cómo responde el cuerpo al entrenamiento. Sin embargo, mientras todo eso ocurre por fuera, dentro del sistema nervioso se están produciendo cambios profundos que rara vez se explican con claridad. Uno de los cambios más importantes afecta a la dopamina.
La dopamina no es solo una sustancia asociada al placer inmediato. Es, sobre todo, el eje químico que sostiene la motivación, la iniciativa, la proyección hacia objetivos y la implicación emocional con aquello que se hace. Es lo que permite levantarse con empuje, entrenar con ganas, sentir ilusión por avanzar. Cuando su señalización desciende, la vida no se vuelve necesariamente triste, pero sí más plana, más neutra, con menos brillo interno.
En una fase de definición muy marcada, el organismo va entrando poco a poco en un estado de ahorro energético. El déficit calórico sostenido, la caída de leptina, la reducción de la insulina basal, el aumento del cortisol, la disminución de grasa dietética, la acumulación de fatiga y, en muchos casos, un descanso cada vez más frágil, van empujando al cuerpo hacia una prioridad muy concreta: sobrevivir con el mínimo gasto posible. En ese contexto, la dopamina deja de ser una prioridad biológica.
Por eso, a medida que la grasa corporal desciende de forma mantenida, no solo cambia el físico; cambia también la percepción interna. Muchas personas describen que nada termina de “llenar”, que el entrenamiento se ejecuta correctamente, pero ya no se vive igual, que las relaciones sociales cansan y cuestan más de lo habitual, que la mente funciona, pero lo hace desde piloto automático. No es una cuestión de carácter ni de actitud, es una adaptación neurofisiológica a un entorno de escasez prolongada.
La dopamina en definición no se apaga de golpe, se va apagando poco a poco
La señal dopaminérgica no suele caer de forma brusca, lo hace de manera progresiva. Al principio sigue habiendo empuje, ilusión por los cambios estéticos, satisfacción por la evolución del físico; pero conforme el déficit se prolonga, el cerebro empieza a priorizar otras rutas. El sistema de recompensa se vuelve menos sensible, la anticipación de placer se reduce y los estímulos que antes eran suficientes dejan de serlo.
En mujeres, este fenómeno suele intensificarse cuando la definición empieza a interferir con la producción de estrógenos y progesterona. Ambas hormonas participan directamente en la modulación de la dopamina, en la plasticidad neuronal y en la sensibilidad a la recompensa. Cuando su síntesis disminuye, la dopamina no solo baja en cantidad, también pierde eficacia, la señal llega peor, el cerebro responde menos, y el tono emocional general se va apagando.
Este proceso explica por qué, en los momentos de mayor definición, hay personas que logran el mejor físico de su vida y, al mismo tiempo, se sienten internamente desdibujadas. El cuerpo responde, pero la vivencia emocional ya no acompaña con la misma intensidad. No es algo que se suela mostrar en redes, todo el mundo parece tan happy en esos momentos. Yo, como preparadora he vivido esos momentos como «parece que lo estoy obligando yo a competir», por estas cosas me ha terminado produciendo rechazo el mundo competitivo.
Culturismo natural, dopaje y dopamina: dos escenarios distintos
En el entorno del culturismo natural, esta bajada de dopamina suele percibirse con bastante claridad. La persona cumple, entrena, se ajusta al plan, pero empieza a notar que la motivación ya no fluye igual, que el entusiasmo pesa más sostenerlo y que todo requiere un esfuerzo extra a nivel mental.
En el entorno del uso de química, este descenso puede quedar parcialmente enmascarado durante un tiempo. Algunos andrógenos elevan transitoriamente ciertos circuitos de recompensa, aumentan la activación, la impulsividad o la sensación de empuje. A medio plazo, la desregulación suele ser incluso más profunda, especialmente cuando se encadena una fase de definición tras otra sin restauración neuroendocrina real.
El vacío post competición y la dopamina en mínimos
El periodo posterior a una competición es, a nivel neurobiológico, uno de los momentos más delicados. La dopamina ya viene baja por la definición, el objetivo desaparece de golpe, la imagen corporal se altera con rapidez por los cambios de líquidos y grasa, el eje del estrés sigue muy activado y el sistema hormonal todavía está lejos de la normalidad. El cerebro se queda, de repente, sin una referencia clara de recompensa.
En ese punto, lo que muchas personas describen no es tristeza como tal, sino una sensación de desconexión, de falta de ilusión, de no encontrar estímulos que le resulten realmente satisfactorios. Todo apetece menos y mucha gente incluso deja de entrenar y hacer dieta. El cuerpo empieza a salir de la escasez, pero el sistema nervioso aún no ha recuperado su equilibrio.
Qué ocurre cuando se mantiene grasa corporal baja todo el año con el ciclo regular
Aquí conviene hacer una distinción clave, porque no toda grasa corporal baja implica una dopamina baja.
Si una mujer mantiene un porcentaje graso bajo de forma estable, con ciclo menstrual regular, con energía disponible suficiente, con descanso adecuado y sin vivir en un déficit crónico, su sistema dopaminérgico puede funcionar con total normalidad. En ese caso, el cuerpo no interpreta escasez, aunque estéticamente esté definido. No hay una señal de alarma constante desde el hipotálamo, no hay una supresión sostenida de hormonas, no hay una activación crónica del eje del estrés.
Por tanto, la dopamina no desciende por tener poca grasa en sí, sino por mantener esa condición en un contexto de déficit energético prolongado, estrés fisiológico mantenido y alteración hormonal. Hay mujeres que viven todo el año en un rango de grasa bajo, entrenan duro, comen suficiente, duermen bien y mantienen su ciclo sin alteraciones, y no presentan ningún perfil de dopamina bajo. Su organismo no está defendiendo una escasez, está habitando un equilibrio.
El problema aparece cuando ese porcentaje se intenta mantener permanentemente desde el recorte, desde la restricción crónica o desde la competición encadenada sin restauración real.
Por qué algunas personas se sienten mejor definiendo que en mantenimiento
En algunos perfiles ocurre algo particular: aunque la dopamina basal baja en definición, el cerebro se acostumbra a recibir picos de activación únicamente con estímulos muy intensos, como ver descender el peso, notar cada cambio de corte, mantener el hambre con control. Esa activación intermitente puede generar una sensación subjetiva de tener “algo a lo que agarrarse”, aunque el tono dopaminérgico global esté deprimido.
Por eso hay atletas que, paradójicamente, se sienten más orientadas en definición que en fases de recuperación, no porque estén mejor a nivel neurobiológico, sino porque el objetivo extremo organiza su sistema de recompensa de una forma muy concreta. Cuando ese estímulo desaparece, el sistema queda momentáneamente sin referencia.
Cómo se recupera la dopamina tras una definición extrema
La recuperación no depende solo de volver a comer más. Requiere restaurar la disponibilidad energética real, recuperar grasa funcional, normalizar leptina, insulina y hormonas sexuales, reducir el cortisol crónico, volver a dormir profundo y, durante un tiempo, reducir la exigencia del entrenamiento para permitir que el sistema nervioso salga del modo ahorro. Es un proceso progresivo, no inmediato.
A medida que el entorno interno se normaliza, la dopamina va recuperando su ritmo, la motivación reaparece, la capacidad de disfrutar se amplía de nuevo y el interés por la vida cotidiana vuelve a tener peso por sí mismo.
Conclusión
La dopamina no cae porque la persona “no pueda con la definición”. Cae porque el cuerpo ha entrado en un entorno biológico donde la expansión emocional deja de ser prioritaria. La definición extrema tiene un coste neuroquímico real, especialmente cuando se mantiene en el tiempo sin fases de restauración.
Comprender esto permite interpretar muchos estados emocionales que aparecen en competición desde la fisiología y no desde el juicio, y entender por qué el contexto en el que se mantiene un físico es tan importante como el físico en sí.
Referencias
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