Semaglutida (Ozempic o Wegovy) y los nuevos agonistas GLP-1: fisiología, eficacia, riesgos y dilemas éticos del nuevo fármaco de moda
El fenómeno de los agonistas del receptor GLP-1 ha transformado el panorama de la farmacología metabólica y de la percepción social del control del peso. Lo que comenzó siendo un recurso terapéutico muy bueno en el tratamiento de la diabetes tipo 2 y la obesidad, se ha convertido «un poco» en el deseo de silenciar el apetito y lograr delgadez mediante una inyección semanal. Incluso, me atrevería a decir que ha vuelto a poner de moda la «delgadez extrema», en la generación que teníamos como ideales de belleza a las top models de la era de Kate Moss.
La semaglutida, comercializada como Ozempic o Wegovy, y los nuevos fármacos como la tirzepatida (Mounjaro, Zepbound), se han popularizado mucho más allá del ámbito médico. Su difusión mediática por parte de personas que generan mucha influencia como pueden ser las Kardashian, ha generado la loca idea de “solución farmacológica” para el exceso de peso, incluso en mujeres sin obesidad. Sin embargo, estos compuestos no son neutrales: actúan sobre el eje intestino-cerebro y modifican mecanismos profundos de la saciedad, la motivación y el metabolismo energético.
Desde una perspectiva femenina, su impacto va mucho más allá del control del apetito. La mujer moderna, acostumbrada a la presión estética y a la exigencia de autocontrol, encuentra en ellos una herramienta o quizás un arma de doble filo: por un lado la posibilidad de perder peso de manera rápida; y por otro, el riesgo de desconectarse de su propia fisiología, su relación con la comida y el rendimiento físico.
Qué son y cómo actúan los nuevos fármacos incretínicos
Los agonistas del receptor del péptido similar al glucagón tipo 1 (GLP-1R) imitan la acción de una hormona intestinal que se libera tras la ingesta y que estimula la secreción de insulina dependiente de la glucosa, inhibe el glucagón y enlentece el vaciamiento gástrico. Se ha modificado prolongando su vida media para que el fármaco tenga efectos de saciedad mucho más duraderos y potentes.
Su fin es reducir la ingesta espontánea y modular circuitos dopaminérgicos vinculados al placer alimentario.
Qué diferencia a la tirzepatida de la semaglutida
La tirzepatida actúa de forma dual sobre los receptores GLP-1 y GIP (péptido insulinotrópico dependiente de glucosa). Esta doble acción amplifica la secreción de insulina y mejora la sensibilidad periférica, a la vez que potencia la sensación de saciedad. Los ensayos SURPASS y SURMOUNT (2021-2024) demostraron reducciones de peso superiores al 20 %, con eficacia mayor que la semaglutida.
Su comercialización bajo los nombres Mounjaro (diabetes) y Zepbound (obesidad) la ha situado como el fármaco más potente aprobado hasta la fecha. Me parece importante señalar, que una parte importante de esta pérdida de peso proviene de masa magra, lo que plantea muchas dudas sobre su impacto en la composición corporal a largo plazo, especialmente en mujeres que entrenan fuerza o se encuentran en fases de recuperación metabólica.
Para saber más de la importancia de la masa magra, podéis leer aquí.
La nueva frontera: agonistas triples y combinaciones
En fase avanzada de ensayo clínico se encuentran los agonistas triples GLP-1 / GIP / glucagón, como la retatrutida (Eli Lilly) y las combinaciones CagriSema (semaglutida + cagrilintida). Estas moléculas buscan añadir un componente termogénico y lipolítico derivado del receptor del glucagón, lo que podría incrementar la pérdida de peso hasta un 30 %.
Aunque prometen resultados espectaculares, la evidencia a largo plazo aún es limitada, y se desconocen sus efectos sobre la función tiroidea, la fertilidad o el sistema neuroendocrino y más concreto femenino. La historia reciente sugiere que cada aumento de potencia farmacológica conlleva también un aumento de riesgos metabólicos y psicológicos.
Evidencia científica y beneficios clínicos reales
Los ensayos clínicos (STEP 1-5, SURMOUNT 1-4, SELECT) muestran que los agonistas incretínicos mejoran significativamente el control glucémico y reducen la masa corporal en población obesa o con diabetes tipo 2. La semaglutida ha demostrado descensos medios del 15 % del peso corporal en 68 semanas, mientras que la tirzepatida alcanza hasta un 22 %.
Entre sus beneficios documentados se incluyen:
- Reducción de la hemoglobina glicosilada (HbA1c) y mejora de la sensibilidad a la insulina.
- Disminución de triglicéridos y colesterol LDL, con aumento del HDL.
- Descenso de marcadores inflamatorios sistémicos (PCR-us, IL-6).
- Beneficio cardiovascular en pacientes de alto riesgo (ensayo SELECT, 2023).
- Mejoras subjetivas en saciedad y control del impulso alimentario, lo que facilita la adherencia inicial a un plan dietético.
En mujeres con síndrome de ovario poliquístico (SOP) y resistencia a la insulina, algunos estudios piloto han descrito mejoras en los niveles de andrógenos libres y en la regularidad menstrual, aunque la evidencia aún es preliminar.
Cuando se utilizan con supervisión médica, acompañamiento nutricional, deportivo y psicológico, estos fármacos pueden actuar como un puente terapéutico: son una ayuda importante para reducir peso en etapas iniciales, que puede favorecer y motivar la instauración de hábitos sostenibles, entrenamiento de fuerza y reeducación alimentaria. Ese es el estado ideal para los casos que sí necesitan este tipo de fármacos: acompañamiento con nutricionista, entrenador, endocrino y psicólogo.
No obstante, su éxito depende de que el uso sea transitorio y dirigido a la mejora metabólica, no como sustituto del trabajo nutricional ni del entrenamiento.
Cuándo puede ser útil el uso de semaglutida y los nuevos fármacos análogos GLP-1 y por qué puede ayudar
Aunque el uso indiscriminado de los agonistas incretínicos se ha extendido en entornos donde no existe indicación médica, no debe perderse de vista su potencial terapéutico real. Estos fármacos fueron diseñados para tratar patologías metabólicas complejas, y en determinados contextos clínicos pueden ser un recurso valioso, siempre que se utilicen bajo supervisión profesional con ética suficiente y con un objetivo sanitario, no estético.
En mujeres con obesidad significativa, síndrome metabólico, resistencia a la insulina o síndrome de ovario poliquístico (SOP), la administración controlada de semaglutida o tirzepatida puede facilitar una mejora transitoria del perfil glucémico, lipídico y hormonal.
Disminuir los niveles de glucosa y de insulina en ayunas contribuye a restaurar la sensibilidad periférica y reduce el entorno inflamatorio crónico que acompaña a la obesidad y a la disfunción ovárica.
Del mismo modo, la reducción inicial del apetito puede permitir que algunas personas recuperen el control conductual y experimenten por primera vez lo que significa comer sin compulsión ni ansiedad. Ese periodo de calma puede aprovecharse para educar el patrón alimentario, reintroducir el movimiento, mejorar el sueño y la regulación emocional.
En estos casos, el fármaco puede actuar como una herramienta temporal que ayuda a romper el círculo de resistencia metabólica y baja motivación, para después construir la base real de la salud sobre tres pilares innegociables: nutrición adaptada, fuerza y constancia.
Sin embargo, para que este proceso sea exitoso, es imprescindible que el uso se integre dentro de un plan estructurado y progresivo, con control médico, nutricional y psicológico. Si no se acompaña de reeducación alimentaria y entrenamiento regular, la persona no aprende a sostener sus hábitos una vez que desaparece el efecto farmacológico, y el riesgo de rebote es inevitable.
La salud y la composición corporal óptima no se consolidan por una inyección, sino por el compromiso con uno mismo, el propio cuerpo y la educación que permite mantener los resultados a largo plazo sin depender del fármaco.
Limitaciones, rebote y falta de evidencia a largo plazo
Aunque los ensayos clínicos reportan mejoras metabólicas y cardiovasculares, es crucial interpretar esos resultados con criterio. La mayoría de los beneficios observados (descenso de glucemia, triglicéridos, presión arterial o marcadores inflamatorios) derivan directamente de la pérdida de peso, y no de un efecto independiente del fármaco.
En otras palabras, cualquier estrategia que genere un déficit energético mantenido y una reducción de masa grasa producirá esos efectos, ya sea mediante dieta, ejercicio o idealmente una combinación de ambos.
La única ventaja diferencial de los agonistas GLP-1 y GIP radica en su capacidad de aumentar la saciedad y reducir la ingesta calórica sin esfuerzo consciente, al modular los centros hipotalámicos del apetito. Pero este mismo mecanismo, mantenido de forma crónica, puede alterar la relación fisiológica con el hambre y la recompensa alimentaria.
Los estudios de seguimiento (STEP-4, SURMOUNT-2) revelan que al suspender el tratamiento, los participantes recuperan entre el 50 y el 70 % del peso perdido en menos de un año (Wilding et al., 2023). Ello se debe a la recuperación del apetito, la reducción de gasto energético en reposo y la pérdida de masa magra sufrida durante el tratamiento, que disminuye la tasa metabólica basal.
Aún no existen datos sólidos a más de diez años, y la evidencia sobre seguridad en mujeres jóvenes, deportistas o en edad fértil es prácticamente inexistente. Las agencias reguladoras (EMA, FDA) han advertido sobre la necesidad de estudios de farmacovigilancia a largo plazo, especialmente por el aumento de notificaciones de trastornos gastrointestinales severos, litiasis biliar y pancreatitis.
Semaglutida y rendimiento físico: la cara oculta en el entrenamiento
El efecto anorexígeno sostenido de estos fármacos puede ser devastador en mujeres activas o deportistas. Al reducir drásticamente la ingesta energética sin un acompañamiento nutricional adecuado, se instala un estado de baja disponibilidad energética crónica (LEA), similar al observado en el síndrome RED-S (Relative Energy Deficiency in Sport).
Impacto sobre la masa muscular y la fuerza de la semaglutida y los análogos GLP-1
Diversos estudios han mostrado que hasta un 35-40 % del peso perdido con semaglutida o tirzepatida corresponde a masa magra, no a grasa. La supresión del apetito y el déficit calórico tan fuerte inducido, inhiben vías anabólicas clave como mTOR y IGF-1, reducen la síntesis proteica y comprometen la recuperación muscular.
En mujeres que entrenan fuerza, esto se traduce en estancamiento, pérdida de tono, calambres frecuentes y fatiga crónica, incluso con planes de entrenamiento bien estructurados.
Efectos en la recuperación y el sistema hormonal
El déficit prolongado conlleva una disminución de leptina, T3 libre y estradiol, afectando la función tiroidea, la regularidad menstrual y la densidad ósea. Se observa con frecuencia amenorrea hipotalámica funcional, mayor irritabilidad, alteraciones del sueño y menor variabilidad de la frecuencia cardíaca, indicadores de disfunción autonómica.
En contextos de entrenamiento intenso, esto puede evolucionar hacia un cuadro de fatiga central con pérdida de motivación y rendimiento.
La paradoja metabólica
Paradójicamente, aunque el objetivo inicial es mejorar la salud metabólica, la pérdida acelerada de masa muscular y el enlentecimiento del metabolismo pueden deteriorarla a medio plazo. La reducción de la tasa metabólica basal aumenta la susceptibilidad al rebote una vez suspendido el fármaco, lo que explica la rápida recuperación de peso en ausencia de un plan de mantenimiento con alimentación estructurada y fuerza progresiva.
Por ello, desde el punto de vista del rendimiento y la composición corporal, no existe ningún atajo farmacológico que sustituya al entrenamiento y a la nutrición adaptada. El fármaco puede facilitar el inicio de un cambio, pero si no se acompaña de estímulo mecánico y reeducación conductual, termina siendo un círculo de dependencia y frustración.
Impacto psicológico, disociación y dependencia conductual
La aparente “liberación” que ofrecen estos fármacos, como es el no sentir hambre ni ansiedad por la comida, puede convertirse, en realidad, en una pérdida profunda de conexión corporal. El apetito no es solo una señal metabólica, sino que es una expresión del sistema nervioso central, de la homeostasis y de la comunicación cuerpo-cerebro.
Cuando se suprime de manera farmacológica durante meses, se apaga una parte esencial de la interocepción, la capacidad de percibir el propio estado interno.
En mujeres con historia de dietas restrictivas, TCA o control excesivo, este efecto puede reforzar los mismos patrones que las dañaron: la evitación, la desconexión y el miedo a la comida. La sensación de “no necesitar comer” se interpreta como éxito y control, pero lo que realmente ocurre es un embotamiento del sistema de recompensa dopaminérgico, que reduce la respuesta placentera frente a la alimentación o al propio entrenamiento.
El problema surge cuando el fármaco se retira: el cerebro, tras meses de estimulación alterada, reacciona con hiperfagia compensatoria, ansiedad y sensación de pérdida de control. Es el mismo principio que subyace al efecto rebote observado en todos los ensayos clínicos, pero amplificado por un nuevo componente emocional que es el miedo a volver a sentir hambre.
Esta transición puede derivar en una dependencia psicológica “sin el fármaco no soy capaz de controlarme” y en una vulnerabilidad hacia la culpa, la autocrítica y el aislamiento social. La experiencia clínica muestra que muchas mujeres no solo recuperan el peso, sino que además pierden confianza en su capacidad de autorregulación, reforzando la idea de que solo la farmacología puede mantenerlas “en línea”.
Dilemas éticos y sociales
El auge de los fármacos basados en GLP-1 ha puesto de manifiesto una contradicción profunda en nuestra cultura del cuerpo: no es que se busque una imagen irreal, sino que se pretende obtenerla con el mínimo esfuerzo sin transitar el camino que la construye.
El problema no reside en aspirar a un físico atlético o definido, porque ese cuerpo puede lograrse perfectamente de manera natural mediante entrenamiento, alimentación consciente y muchísima constancia, sino en querer suprimir la parte del sacrificio, el aprendizaje y la disciplina que implican alcanzarlo.
Por eso, el debate no es estético, sino educativo: ¿queremos cuerpos reales o una generación de mujeres dependientes de un fármaco o anorexia farmacológica para mantener su imagen?
También existen casos reales de éxito en la utilización de estos fármacos cuando se aplican con criterio médico y acompañamiento profesional. Algunas personas han conseguido mejorar su salud, reducir su inflamación o retomar la actividad física gracias a un punto de partida más favorable.
Sin embargo, esos resultados no invalidan la necesidad de analizar el otro lado: los efectos secundarios, el rebote y la dependencia que pueden aparecer cuando se utilizan fuera del contexto clínico o sin una estructura de seguimiento.
Mi intención no es deslegitimar su uso, sino mostrar una visión completa, equilibrada y honesta: entender tanto su potencial como sus límites, y recordar que el verdadero cambio no depende solo del fármaco, sino del proceso que cada persona y las buenas decisiones.
Conclusiones: ciencia, responsabilidad y educación
Los fármacos basados en GLP-1 y GIP suponen un avance terapéutico real en el tratamiento de la obesidad y la diabetes tipo 2, pero su uso fuera de contexto clínico conlleva más riesgos que beneficios.
La pérdida de peso que producen no equivale a mejora metabólica sostenible, y los supuestos beneficios fisiológicos se deben, casi en su totalidad, al déficit calórico, no al fármaco en sí.
En mujeres sin obesidad clínica, su utilización puede alterar la función hormonal, comprometer la masa muscular y dañar la relación con la alimentación. Ninguna mejora en los marcadores analíticos compensa una pérdida de identidad corporal o la dependencia de una sustancia para comer menos.
El verdadero cambio se construye a través de la educación, el entrenamiento de fuerza, el sueño reparador y la complicada gestión emocional.
La farmacología puede ser un apoyo temporal en contextos específicos, pero jamás un estilo de vida y así es como debe de verse.
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